Clapton revivió espíritu del blues en su ovacionado regreso

Eric Clapton es el guitarrista vivo más grande de la historia del rock. Así de simple. Por eso, a la gente deberían advertirle antes de comprar una entrada para sus conciertos; deberían avisarle antes de pasarle una Stratocaster (su guitarra favorita) y permitirle conectarla. Porque lo que viene a continuación es sencillamente demoledor. 
La tercera visita del músico a Chile, tras los shows que ofreció en 1990 y 2001, fue una generosa cátedra con lo más destacado de su extenso repertorio, ante un Movistar Arena repleto por 15 mil personas, desde compañeros de generación que lo seguían de jóvenes, a quinceañeros maravillados con el talento de este tipo que podría ser su abuelo.
Porque Clapton, que también conoció el lado oscuro de la vida rockera en los 60 y 70, luce hoy a los 66 años, como la antítesis del mito del rockstar: jeans, camisa manga corta, lentes de marco grueso. Eso, hasta que toma la guitarra y la hace sonar con la misma intensidad que lo hacía cuando, con sólo 22 años, motivó ese legendario graffiti de “Clapton es Dios”, escrito en una estación de metro londinense.
“Key To The Highway” y “Tell The Truth”, dos canciones contenidas en el que quizá sea su disco clave (“Layla and Other Assorted Love Songs”, de 1970, con “Derek & The Dominos”) dieron la arrolladora partida, rematada por una poderosa versión de “Hoochie Cocchie Man”, escrita por Willie Dixon y popularizada por Muddy Waters en la década del 50. Nocaut en el tercer asalto y la confirmación de que el blues sigue siendo la religión que Clapton profesa y predica con devoción.
Habitualmente parco, el guitarrista lucía relajado y sonriente (el de anoche era el último show del tramo sudamericano, antes de seguir en noviembre y diciembre en Japón), agradeciendo en inglés y español, y secundado por un “dream team” con algunos de los mejores sesionistas del mundo, entre ellos los enormes Chris Stainton en piano y Tim Carmon en teclados, quienes sacaron ovaciones con sus inspirados solos.
Tras repasar la intensa balada blues “Old Love”, llegó una sección más íntima, sentado en medio del escenario: primero con covers acústicos como “Driftin’ Blues”, y luego con la pop “Lay Down Sally” y la jazzera “When Somebody Thinks You’re Wonderful”, la única canción que tocó de su alabado último disco (“Clapton”, 2010).
El tramo final fue una artillería de éxitos: una lenta y potente versión de “Layla”; la psicodélica “Badge” (que facturó cuando integraba “Cream”, con ayuda de su amigo el beatle George Harrison); y el hit romántico “Wonderful Tonight”, para llegar al clímax del show, con el cover “Little Queen of Spades”, del mítico Robert Johnson. Este blusero, muerto en 1938 a los 27 años, dejando sólo dos fotos y 29 canciones, es la principal inspiración de Clapton (grabó un disco sólo con canciones suyas en 2004). El guitarrista, un inglés que se enamoró del blues –el estilo más típicamente norteamericano- sabe que de esa semilla germinó todo lo que hoy conocemos como rock.
Por eso, tras cerrar con un éxito propio como “Cocaine”, dedicó el bis a otra canción de Johnson, la emblemática “Crossroads”, tras 16 canciones y casi dos horas de concierto.
Es que Clapton (ex Yardbirds, ex Bluesbrakers, ex Cream, ex Blind Faith, ex Derek & The Dominos…) no es sólo uno de los currículum vitae más impresionantes del rock; es también un guardián de antiguas tradiciones y un chamán capaz de invocar a los más antiguos y poderosos espíritus del blues. Sólo con una guitarra.
Fuente: Terra

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